ONG: Poderosa fuerza económica para la transformación social

Marco Vinicio Cerezo Blandón

Ambientalista, ex candidato presidencial del partido Democracia Cristiana Guatemalteca (DCG)

A nivel planetario, está ocurriendo una silenciosa revolución social: los ciudadanos del mundo se están asociando, organizando y movilizando, para construir un mundo mejor y para enfrentar los enormes males sociales que ni el Estado ni el mercado pueden solucionar (y en muchos casos están causando directamente). Desde la lucha contra la pobreza hasta la defensa de la diversidad sexual –pasando por la cultura, la educación, la salud, la defensa del ambiente y la protección de los consumidores (entre muchos otros)– los ciudadanos del planeta están trabajando activamente en la defensa de sus derechos y sus aspiraciones –impulsados por principios éticos y no por un afán de lucro y enriquecimiento.

Como diversos estudios lo demuestran, las organizaciones no gubernamentales (ONG) son, además, una poderosa fuerza económica para la transformación social: a nivel mundial movilizan más de US$1 billón y emplean cerca de 20 millones de personas. Estas cifras hacen que las ONG en su conjunto (fundaciones, asociaciones, comités, colectivos, patronatos, redes, etcétera) sean más importantes que muchos sectores de la economía del lucro; de hecho, si las ONG fuesen un país estarían dentro de las 20 economías con mayor Producto Interno Bruto del planeta. Para sorpresa de muchos, es interesante indicar que (en un promedio mundial) el 49 por ciento de estos recursos proviene de contribuciones y cobros por servicios, un 40 por ciento es aportado por el sector público y solamente un 11 por ciento es producto de la filantropía privada y corporativa: son los ciudadanos mismos, con sus aportes, membresías e impuestos, quienes sostienen esta amplia movilización social para el cambio.

En Guatemala, las ONG han jugado un papel indispensable a todo lo largo de nuestra historia contemporánea: la reconstrucción nacional después del terremoto de 1976, la lucha contra las dictaduras militares, la recuperación del tejido social durante la era democrática, el impulso a los compromisos de los Acuerdos de Paz y la movilización social alrededor de los Objetivos del Milenio, no habrían sido posibles sin un contingente cada vez mayor y cada vez más fuerte de ONG. Por supuesto, para la derecha oligárquica conservadora esta creciente fuerza ciudadana para la transformación social constituye una amenaza, y es por ello que vemos de forma cada vez más frecuente diversas campañas de desprestigio, denuncia y acoso contra las ONG y sus donantes. Sin embargo, la más grande amenaza a las ONG en Guatemala quizás venga de su propio sector: al permitir que algunas ONG sean utilizadas como instrumentos para la corrupción, estamos provocando un desprestigio y una condena del más importante vehículo contemporáneo para la transformación social, y dejando al Estado sin un aliado fundamental para la ejecución de iniciativas que requieran de una amplia participación ciudadana.

Son, pues, las ONG mismas las principales interesadas en establecer –junto con el Gobierno, la Contraloría General de Cuentas y las municipalidades– los necesarios registros, controles y requisitos que garanticen que solamente aquellas ONG que cumplan con estrictos criterios de transparencia e institucionalidad puedan recibir fondos públicos.

Existen diversos ejemplos exitosos de cooperación entre el Gobierno y las ONG. Desde el programa de ampliación de cobertura del Ministerio de Salud (que ha consolidado una amplia red de entidades sociales especializadas), hasta el zoológico La Aurora (administrado históricamente por la Asociación Guatemalteca de Historia Natural), o el Parque Naciones Unidas (administrado por la Fundación Defensores de la Naturaleza), queda claramente establecido que una cooperación técnico–financiera entre el sector público y la sociedad civil organizada es un eficaz mecanismo de co-ejecución de proyectos y programas.

Para impulsar el desarrollo nacional necesitamos más ONG, más fuertes y más transparentes, trabajando más coordinadamente con municipalidades y entidades del sector público. Después de todo, el mundo solo va a cambiar si nosotros –los ciudadanos– lo hacemos cambiar.

Debemos organizarnos para denunciar todos los males, protestar por todas las injusticias y exigir el cumplimiento de todos nuestros derechos. Nadie lo hará por nosotros. Otro mundo es posible, y las ONG –es decir, los ciudadanos organizados– debemos construir ese mundo más humano, más solidario, más feminista, más ecológico.

 

El Periódico, 25 de septiembre de 2013

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