Benjamín Santos
Miembro de la comisión política del Partido Demócrata Cristiano de Honduras (PDCH)
Nos hace falta mucho para entender y practicar adecuadamente la actividad política. No basta un marco jurídico-institucional que la lucha por el poder, una fuerza social que tiende a expandirse, amenaza con desbordar constantemente. Hace falta una cultura política, es decir un conjunto de valores y principios compartidos por todos y en constante actualización de una generación a otra respecto al poder y su ejercicio. En Honduras y quizá en otros países casi todas las actividades quedan abandonadas a los sentimientos y emociones primitivas de atracción y rechazo, amor y odio. En nuestra subcultura no es posible sentir preferencia por alguien, sin generar al mismo tiempo rechazo y odio hacia otro. Esa conducta se nota más en las actividades que despiertan pasiones intensas como el deporte y la política. Karl Deutsch (1912-1992), intelectual de origen alemán, entendió la política como una relación amigo-enemigo en concordancia con su coterráneo, aunque no contemporáneo, Karl von Klausewirz quien en su libro Sobre la Guerra que sintetiza sus concepciones estratégicas como militar en las guerras contra Napoleón, dijo que la política es la continuación de la guerra con otros medios. La guerra bien entendida tiene una semejanza y una diferencia fundamental con la política: ambas actividades tienen como propósito vencer al adversario, enemigo en el caso de la guerra, sin llegar a su eliminación, excepto el caso de la guerra de los nazis que practicaron la guerra de exterminio. La diferencia es que la guerra usa la violencia y surge cuando se rompen las relaciones, en cambio las partes contendientes en la política pueden tensar la cuerda de sus diferencias, pero están dispuestos a ceder mutuamente en sus pretensiones antes de que la relación se rompa. Dice un autor francés (Duverger) que cuando la violencia entra por una puerta, la política sale por la otra, ambas son incompatibles. El papá de Mauricio Villeda, para algunos la sorpresa en las elecciones del día 24, solía decir lo mismo con otras palabras: en política no hay amigos ni enemigos permanentes, solo intereses permanentes.
En Europa hay una frase muy repetida, inspirada quizá en la obra de Max Weber, el científico y el político: la política se decide con la cabeza y se ejecuta con el corazón. Es decir que la política como actividad organizadora, reguladora y conductora de la convivencia social mediante el ejercicio del poder del Estado, es una actividad altamente racional por cuanto implica fijar metas y conducir el barco del Estado hacia su realización. El corazón, es decir los sentimientos y las emociones, solo tienen cabida en política cuando después de convencer a la inteligencia de los electores con razonamientos lógicos, se vuelve necesario persuadir su voluntad para moverlos hacia el apoyo de las propuestas ya que la lógica no entiende de sentimientos y cuando lo hace su razonamiento se convierte en falacia. En consecuencia, apelar a los sentimientos y emociones de la gente sin argumentos lógicos, científicos, filosóficos y políticos para ganar su inteligencia, es una burda manipulación y un irrespeto a su dignidad.
¿Por qué para admirar, defender y seguir a un candidato o a un partido hay que odiar e irrespetar a los demás? Porque se substrae a la política su condición eminentemente racional y se la convierte en una confrontación emotiva, sin argumentos convincentes. Hace poco escribí una carta pública a doña Xiomara con el respeto que merece una dama, pero algunos me adjudicaron el ser simpatizante de LIBRE porque la crítica que hice a sus planteamientos no iban acompañados de insultos y luego después hice lo mismo con Juan Orlando, esta vez con el debido respeto a un caballero, y se me reprochó la suavidad de mis críticas porque tampoco vertí veneno contra su persona y su condición de candidato. Total que recibí cachetadas de ambos lados sencillamente por no amar a uno y odiar al otro. El político racional es frío, calculador en sus decisiones, aunque sea cálido en su conducta normal. Lo que piensa, lo que dice y lo que hace se orientan al logro de sus propósitos. No acciona ni reacciona emotivamente, porque sabe que la persona emotiva es manipulable y tiene que arrepentirse frecuentemente de lo que hace o deja de hacer. Le propongo un ejercicio querido y odiado lector: ordene los candidatos actuales del más emotivo al menos emotivo o viceversa, del más racional al más emotivo y úselo como criterio para votar, junto con otras valoraciones.
La Tribuna, 2 de noviembre de 2013