Opciones políticas y Democracia

Héctor Dada Hirezi

Ex canciller y ex ministro de economía, pensador humanista cristiano salvadoreño

“En este sistema, que tiende a devorar cualquier cosa que encuentre en la búsqueda de incrementar beneficios, todo es frágil, (….), es indefenso ante los intereses de un mercado deificado, el cual se convierte en la única regla”.

Papa Francisco, La Alegría del Evangelio

El próximo 2 de febrero los salvadoreños tendremos que cumplir un compromiso fundamental con nosotros mismos y con el país: elegir al próximo Presidente de la República.

Votar libre y razonadamente es un derecho fundamental que nos da nuestra Constitución Política, lo que tiene como contrapartida la obligación de ejercerlo con la responsabilidad correspondiente a la dimensión de la decisión que los ciudadanos vamos a tomar. En el año 2009 un buen grupo de salvadoreños votamos con la consciencia de que lograr una alternancia en el ejercicio del gobierno era un paso fundamental en la construcción de la democracia, y – sean cuales sean los logros y las carencias del gobierno del Presidente Mauricio Funes – las dinámicas que ella por sí misma ha abierto reflejan lo acertado de la decisión del voto en aquella ocasión.

Votar es una decisión individual, ciertamente, y está condicionada por la ideología – la visión de la realidad presente y de la que desearíamos que exista – que cada uno tiene; se expresa normalmente en la selección de aquellos candidatos y partidos que creemos que tienen las mejores propuestas de solución a los problemas del país, que responden más a lo que concebimos como el Bien Común de la sociedad salvadoreña. La ciudadanía tiene el derecho de esperar de los partidos una mayor claridad sobre los sustentos conceptuales de sus propuestas, sobre la visión de país que está detrás de sus programas.

Quienes ayer se distinguieron por manipular de forma patrimonial la institucionalidad del Estado debieron aclarar la razón por la cual ahora dicen ser defensores de ella; quienes en este gobierno han estado involucrados en conflictos entre órganos del Estado debieron explicar con transparencia cómo van a respetar el Estado constitucional de derecho, fundamento de la democracia. Quienes aplicaron una concepción económica fundamentada en la deificación del mercado – que preocupa tanto al Papa Francisco – y por ende en la concentración del ingreso como requisito del desarrollo debieron decirnos cómo creen que ahora será aplicable esa teoría que antes no funcionó, o cuáles cambios han hecho en su concepción para aplicar una Economía de Mercado en el seno de una sociedad solidaria.

Quienes ayer, y hasta hace poco, predicaban su adhesión a un Socialismo estatista debieron mostrar claramente, con fuerza, su adhesión actual a una economía de mercado – y no una sociedad de mercado – en la que el Estado asuma el papel que le corresponde como garante del Bien Común. Quienes han utilizado el asistencialismo como instrumento de distribución y de acción contra la pobreza debieron decirnos cómo iban a pasar a una política distributiva basada en el estímulo a la capacidad productiva de las mayorías, a manera de que logren su realización personal, su dignidad.

Sin embargo, lo que hemos tenido hasta ahora es una avalancha de descalificaciones del contrario, de ofertas incumplibles y sin fundamento en la realidad nacional, de responder a los sentimientos de la gente en lugar de pedir claramente la adhesión a un planteamiento serio de cómo vamos a salir de una crisis societal que no nació es este gobierno, cuyo principal defecto parece ser su poco éxito en la movilización de la ciudadanía – de todos los niveles económicos y sociales – para superar obstáculos estructurales históricos, agudizados por las apuestas fracasadas de los veinte años que le antecedieron, a través de un verdadero esfuerzo de concertación a partir de las visiones ideológicas de cada uno. Quizá la decisión más trascendente que tomó ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) en el ejercicio del gobierno fue dejar al mercado la labor de ser el estructurador de un nuevo tejido social al momento de la paz, cuando el país salía de una guerra fruto de la desestructuración social del país, gracias a una fanática deificación del mercado que da a éste una función que no puede cumplir y no debe tener. La poca capacidad de crecer de nuestra economía, la intensidad de la migración hacia el exterior, la inseguridad ciudadana, no sólo son consecuencia del país que hemos construido, sino que a su vez agudizan las condiciones que las provocan. Superar esta realidad sigue siendo el reto del país en su conjunto.

En sectores de la población relativamente bien formados, y sobre todo jóvenes, no es raro encontrar personas que muestran un rotundo desencanto sobre las opciones que tendrán a la hora de votar. Como decía hace poco una de esas personas, estamos en una elección sin verdadera opción, a lo que agregó que no iba a presentarse a las urnas. Se trataba de una persona profesional, de derecha democrática, ligada a empresas privadas. Su ideología no le permite concebir dar su voto por la izquierda, su convicción de que no hay respuestas adecuadas a los problemas reales por parte de ninguna de las opciones electorales le producen una frustración que la lleva a esa decisión extrema. Como imagen en el espejo, también hay personas de pensamiento de izquierda, o al menos progresista, que se encuentran en la misma situación. Ciertamente no son mayoría, pero sí es significativo que el problema esté presente quizá por primera vez desde los Acuerdos de Paz.

Para quienes somos cristianos, y en mi caso cristiano católico, la responsabilidad es escoger a una opción que represente la visión bíblica de que los recursos de la tierra son para el disfrute de todos, y que, de acuerdo con la doctrina social, debemos defender el derecho a la libertad personal para decidir el propio destino en una sociedad solidaria. Debemos ciertamente preguntarnos cuánto se aproximan las opciones presentes a ese ideal, sabiendo que toda obra humana termina siendo imperfecta, con una distancia mayor o menor de nuestra utopía. Hacer el esfuerzo de definir nuestro voto por alguna de esas opciones requiere de un discernimiento muy serio sobre las consecuencias de votar en un sentido u otro. Aún quienes militan en los partidos tienen la responsabilidad de hacerse esta pregunta para que al estar solos en la urna puedan votar conscientemente.

Muchos, la mayoría, ya han respondido a esta interrogante, de manera muy diferente como es normal y legítimo en una democracia, cada uno de acuerdo a sus visiones y a sus intereses personales y de su grupo social. Otros lo harán en estos pocos días que restan. Pero es claro que quedará un grupo nada despreciable que no encontrará lo deseable: la posibilidad de entregar su apoyo a alguna de las opciones; para éstos, la tentación de no acercarse a las urnas será muy grande. Sin embargo, para quienes creemos que la democracia tiene como eje central el derecho y la obligación de expresar la opinión de cada uno de los ciudadanos sobre los problemas del país – sea directamente o por medio de sus representantes –no es una decisión adecuada. Creemos que aquellos que están en esa situación tienen una mejor salida en el rechazo a las ofertas existentes a la hora de marcar la papeleta de votación, porque esa es una forma de emitir su propia opinión sobre un proceso tan vital para el futuro del país.

No acercarse a las urnas es unirse a quienes por desidia o por frustración abandonan su derecho y obligación de expresarse. Pero esto no basta; los ciudadanos desencantados con las opciones presentadas tienen también la responsabilidad de que no haya una nueva elección sobre la que lleguen a la misma conclusión, y deben comprometerse con ellos mismos y con el país a participar en la consolidación o en la generación de opciones políticas que correspondan a sus visiones ideológicas y a sus principios éticos, que deben estar muy integrados. No hay democracia sin partidos políticos con claridad ideológica. Voltearse contra la política es negarse a ejercer los derechos y obligaciones que surgen de ser ciudadanos, de ser miembros de un Estado en el que debemos participar con nuestra opinión y nuestro esfuerzo para que sea cada vez más garante de la libertad y de la equidad; es dejarle a unos pocos la dirección discrecional de los intereses de todos.

 El Faro, 27 de enero de 2014

 

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