Huelga es huelga

Foto: EFE en Yahoo Noticias
Por: Constantino Urcuyo
Sociólogo, pensador humanista cristiano, miembro de la Asamblea General de la Fundación Centroamericana de Estudios Políticos (FUNCEP) y columnista de prensa

Decía don Pepe Figueres que no había huelgas legales o ilegales, sino huelgas, lo que le permitía negociar, aunque esto provocara iras de los conservadores que clamaban por represión.

Las protestas han venido creciendo los últimos dos años y algunos sectores sindicales y políticos han buscado aglutinar esta inconformidad.

El 25 de junio varias organizaciones llamaron a una huelga con resultados limitados, lo que provocó que sectores gubernamentales y empresariales hayan calificado al movimiento como un fracaso.

Nada más peligroso que ignorar el descontento y descalificar a los manifestantes en vez de entenderlos. Tratarlos de cuatro gatos es un error de bulto.

Los gobernantes deben tomar las huelgas como un dato social; preguntarse sobre la raíz de la inconformidad y prepararse para dar respuestas.

Los protestantes, en ejercicio de sus libertades, reunión y expresión, no pueden pretender tomar el cielo por asalto, tienen que reconocer límites en las condiciones económicas y políticas objetivas; el voluntarismo es un mal consejero.

Llama la atención que la ANEP no haya participado en la huelga. El conflicto entre don Albino y doña Beatriz Ferreto revela algo más que desacuerdos tácticos sobre la manera de articular los malestares.

La vía para admitir lo político en la protesta pareciera estar en el origen. Vargas sosteniendo la autonomía de las fuerzas sociales y Ferreto profesando la vieja tesis leninista de las fuerzas sociales como correas de transmisión del partido de la clase trabajadora.

Lo que resulta cierto es que esta movilización social no puede ser ignorada por el Gobierno y menos aún descalificada. Nuestra época se caracteriza por la fluidez de los movimientos sociales, una chispa puede encender la pradera.

Observemos el caso turco y brasileño, Erdogan calificó a sus adversarios de terroristas informativos, mientras que Rousseff terminó aceptando la legitimidad del descontento.

 

El Financiero, 29 de junio de 2013

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